El visitante, al escuchar esto, recuerda a la mujer insignificante con la que años atrás se casó su amigo, y tras un silencio incómodo se atreve a preguntarle:
- ¿Te separaste? Vi el cortejo, y a la mujer, pero quizás no recuerdes que estuve en tu boda y esa no es la misma con la que te casaste.
Su amigo suelta una carcajada, y responde:
- Mi memoria es excelente, no me separé ni me casé en segundas nupcias, y sí, la que te cruzaste ahora es la misma mujer con la que me viste casarme.
- ¡No puede ser! –exclama el otro hombre, que no puede ocultar su desconcierto pese a que con sus palabras cometa una imprudencia-. Esta mujer es increíblemente hermosa, femenina, sensual, simpática… ¿Cómo va a ser la misma? ¿Ha ocurrido algún milagro para transformarla de ese modo?
Sin dejar de reír, su amigo le dice:
- Algunos lo llamarían de esa manera, pero en realidad lo que sucedió es algo muy simple. Cuando solicité su mano, su padre me pidió como dote el equivalente al precio de tres vacas por ella. Hasta entonces, ella creía que eso era lo que valía: tres vacas. Pero yo pagué por ella el precio de nueve vacas, incluso tuve que insistir para que su padre lo recibiera, pues creía que yo estaba loco. Luego la traté y consideré siempre como una mujer cuyo valor era el de nueve vacas. La amé como a una mujer cuya dote era de nueve vacas. Y ella… ¡sencillamente se transformó en una mujer de valor equivalente al de nueve vacas!
- ¿Te separaste? Vi el cortejo, y a la mujer, pero quizás no recuerdes que estuve en tu boda y esa no es la misma con la que te casaste.
Su amigo suelta una carcajada, y responde:
- Mi memoria es excelente, no me separé ni me casé en segundas nupcias, y sí, la que te cruzaste ahora es la misma mujer con la que me viste casarme.
- ¡No puede ser! –exclama el otro hombre, que no puede ocultar su desconcierto pese a que con sus palabras cometa una imprudencia-. Esta mujer es increíblemente hermosa, femenina, sensual, simpática… ¿Cómo va a ser la misma? ¿Ha ocurrido algún milagro para transformarla de ese modo?
Sin dejar de reír, su amigo le dice:
- Algunos lo llamarían de esa manera, pero en realidad lo que sucedió es algo muy simple. Cuando solicité su mano, su padre me pidió como dote el equivalente al precio de tres vacas por ella. Hasta entonces, ella creía que eso era lo que valía: tres vacas. Pero yo pagué por ella el precio de nueve vacas, incluso tuve que insistir para que su padre lo recibiera, pues creía que yo estaba loco. Luego la traté y consideré siempre como una mujer cuyo valor era el de nueve vacas. La amé como a una mujer cuya dote era de nueve vacas. Y ella… ¡sencillamente se transformó en una mujer de valor equivalente al de nueve vacas!